Lionel Messi
AFP
21 Dic 2022 06:32 PM

Diatriba de amor contra el Mundial de Fútbol: Catar(sis)

José Luis
García
Los multimillonarios sobornos y coimas con los que las autoridades cataríes compraron el Mundial a los corruptos jerarcas de la FIFA.

Dicen que debajo del título de Argentina en el césped del estadio de Doha se esconden millares de litros de sangre de los miles de trabajadores, sobre todo migrantes, que murieron durante la construcción de los estadios y la infraestructura del Mundial de Fútbol de Catar que acaba de concluir. Desde luego, esta tragedia no es culpa de los argentinos. Ni de los franceses. No obstante, no se puede soslayar.

Los ostentosos oropeles, las fastuosas luces pirotécnicas y los hiperbólicos elogios de celebración a los nuevos campeones no van a poder ocultar por siempre todos los hechos impúdicos, ilegales y deleznables que se esconden alrededor de la realización de la cita balompédica orbital. Antes, durante y después de llevarse a cabo ésta.

Para empezar, los multimillonarios sobornos y coimas con los que las autoridades cataríes compraron el Mundial a los corruptos jerarcas de la FIFA, como lo demuestra la serie documental “Los estresijos de la FIFA”, que se puede ver en Netflix y que pone en entredicho los verdaderos intereses del fútbol organizado. Y, como se supo hace unos días, actos de corrupción en los que se han visto involucrados algunos eurodiputados. Política, mafia y fútbol.

Para continuar, las acusaciones contra la monarquía absoluta catarí, regida con mano dura por la familia Al Thani, de violación de los derechos humanos, de discriminación de las mujeres, de fundamentalismo religioso, de apoyo al terrorismo, de falta de libertades, de la muerte de millares de migrantes en la construcción de lujosos estadios y de la persecución de la comunidad LGTBI.

Y para concluir, en el aspecto meramente futbolístico, un torneo discreto, anodino, de bajo nivel técnico, en el que predominaron las tácticas defensivas y robotizadas, tacañas con el espectáculo, rudas y burdas. La mayoría de los partidos regulares del Manchester City de Guardiola o el Liverpool de Klopp y Lucho Díaz en la Premier League, por citar un par de ejemplos, son mucho mejores y de mayor riqueza técnica y estética que la mayoría de los partidos que se jugaron en esta Copa Mundo.

El aficionado al fútbol e, incluso, algunos periodistas suelen tener una memoria cortoplacista, una especie de Alzheimer inocuo, emocional e interesado. La final Argentina-Francia, que fue excepcionalmente un juego muy disputado, emotivo, intenso, sorprendente  y electrizante, ha hecho olvidar a muchos de ellos lo que fue la escasa calidad que se pudo apreciar en el desarrollo de la competencia en general.

Por supuesto, cabe destacar entre sus máximos y cautivantes logros el justo y merecido título para Messi y sus compañeros. Más para él. A Leo le exigían un título mundial para valorarlo como el mejor o uno de los mejores de la historia. Ahora que lo tiene, ¿qué van a decir? Si no fuera por Pelé, “la Pulga” sería el más grande de todos los tiempos: por sus goles, por sus títulos, por sus récords, por su magia, por su técnica, por sus regates, por su ingenio y por su liderazgo. En fin, por su fútbol.

Pero esto, insisto, no los puede hacer olvidar de la generalizada baja calidad de los partidos; del pobre nivel técnico, creativo y propositivo de los equipos; de los pocos talentos que hubo para destacar, y de que ninguna selección deslumbró por la belleza o perfección de su juego. Se impuso el fútbol físico, táctico, atlético, crispado, mañoso, de fuerza, de lucha, de confrontación con el rival y el juez, de viveza, de oficio que llaman equivocadamente algunos. Para parte de este repertorio tenemos el rugby, el fútbol americano, el hockey sobre hielo y la lucha libre. Hay que recordar, a propósito de mala memoria, que el principal protagonista del juego, alrededor del cual gira el ritual, es el balón, el esférico, el cuero, la bola, la pelota o como quieran llamarle. Y el futbolista talentoso.

Nada más condenable e insoportable en el desarrollo de los partidos que el descaro, agresividad y cinismo de muchos jugadores, varios de éstos de la América meridional, en lo que también son campeones, que la falta de respeto y los reclamos airados y permanentes a los árbitros. A la FIFA hay que pedirle que en el reglamento del fútbol se apliquen las normas disciplinarias de otros deportes como el béisbol, donde jugador que le reclame al árbitro (ampáyer) queda expulsado “ipso facto”. No más en los terrenos de juego el irrespeto a la autoridad, la indecencia y la falta de ética y moral, pésimo ejemplo para miles de millones de hinchas en el mundo, particularmente para los niños que se están formando en valores. Un futbolista es capaz de reclamarle al juez de forma descomedida, descarada y desconsiderada después de que le pitan falta y le sacan tarjeta por una clara y violenta agresión igual de descomedida, descarada y desconsiderada a un rival, o por una mano más evidente, tangible y comprobable que el mismo estadio en el que juegan. El llamado de atención se extiende a los propios jueces para que apliquen rigurosamente el reglamento y el código disciplinario y se hagan respetar con entereza y dignidad en la cancha, en virtud de la majestad de la justicia que ellos simbólicamente representan. No importa que los partidos terminen con 9 o 10 jugadores por bando. Terminarán aprendiendo.

No se puede permitir que el fútbol quede a merced del matón de barrio, del canalla barriobajero, del machito que más pegue y amedrente, del bravucón que más ensucie y trampee los partidos, del caradura que más provoque y proteste, y no del que más y mejor juegue. Es uno de los pocos deportes donde pasa esto. Le llaman, de manera eufemística, jugar con huevos, tener oficio y jerarquía, demostrar experiencia y cancha, y exhibir carácter, temperamento, personalidad y rebeldía. No hay que confundir garra con violencia, ni fortaleza con mala fe, ni construir con destruir, ni ingenio con maquiavelismo. El fin no justifica los medios.

Dicen por ahí que así se juega en el barrio, en el colegio, en la cuadra, en el potrero, en la calle y doquiera que sea. Se le compara de manera ingenua e infantil con este fútbol que es de profesionales, de gente “madura” y de ciudadanos que son ejemplo para los miles de millones de feligreses que creen en esta religión que es el fútbol, que representan una bandera, un país o una nacionalidad y a los que hay que exigirles cierto decoro y comportamiento. ¡Juego limpio, señores!, como también exclaman por ahí.

Las comparaciones son odiosas y las nostalgias, peligrosas. Sin embargo, algo va del Brasil de Pelé, campeón mundial en México-70, a la Argentina de Messi, ganadora en Catar-2022. Algo va de la holandesa “Naranja Mecánica” de Cruyff, subcampeona en Alemania-74 (y en el 78, aunque sin Cruyff), a la subcampeona Francia en Catar-2022. Algo va del Brasil de Zico y Telê Santana, que aunque lo merecía no pudo llegar a la final en España-82, al Marruecos que tampoco alcanzó la máxima instancia en Catar-2022.

Si a este Mundial de Catar le sobraban algo así como la mitad de los equipos, cómo será una Copa con 48, como se ha llegado a mencionar por parte de los oscuros jerarcas de la tan cuestionada FIFA. Sería un torneo paupérrimo, con una diferencia abismal entre los participantes que le quitaría aún más importancia y clase a lo que pase en la cancha. El fútbol no es sólo un negocio, señores de la FIFA. En el balompié o todo vale para obtener títulos. Los reyes del deporte son el balón y los jugadores técnicos y talentosos que saben para qué sirve esa pelota. Como todas las actividades de la vida, el fútbol también es de merecimientos. Hay que rescatar la esencia del deporte, sin dejar de reconocer que se ha vuelto más atlético, táctico y físico. No son incompatibles.

Y lo que es más importante aún: una Copa Mundo no se puede realizar en países gravemente cuestionados por su falta de libertades y democracia y por la violación sistemática de los derechos humanos, de acuerdo con denuncias hechas por entidades tan respetables y creíbles como la ONU y como reconocidas organizaciones no gubernamentales. Por mucho que nos guste, que lo amemos, que nos apasione, que lo hayamos jugado –muy bien o muy mal-, el fútbol, que es la vida para tantos, no es ajeno ni está por encima de ésta. 

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Sistema Integrado Digital